miércoles, 2 de octubre de 2013

La maestra de Helen Keller

Montaje de la historia de Helen Keller redactada por Tiny Gragera en su programa "el asfalto" de Radio Union Catalunya. Homenaje a su maestra Anne Sullivan.




Esta semana leía sobre maestros que dejan huella y me encontré con la historia de Helen Keller, creo que hicieron una película sobre ella y lo que mas me llamo la atención de esa película fue un hecho insignificante para muchos pero de gran contenido, recuerdo que en una secuencia en que la maestra de Helen contaba muy entusiasmada a la madre de la niña que había conseguido que su hija doblara una servilleta, una niña sorda y ciega, y el marido con tono de reproche le decía que aquello no lo consideraba importante que se aplicara mas en enseñar a su hija a comunicarse y cosas mas importantes, lo que mas recuerdo de esa secuencia fue la contestación de la madre de Helen cuando dirigiéndose a su marido le dijo ¿acaso tu sabes doblar una servilleta?...

LA MAESTRA DE HELEN KELLER


Los niños más afortunados son los que tienen a un héroe por maestro.
Helen Keller no era como la mayoría de las niñas. No podía ver los capullos que crecían en su jardín ni las mariposas que volaban de flor en flor ni las blancas nubes que surcaban el cielo azul. No podía oír los trinos de los pájaros que se veían en las copas de los árboles desde su ventana ni las canciones y las risas de los niños cuando jugaban. La pequeña Helen era sorda y ciega.

Además, como no podía oír conversar a la gente, no había aprendido a hablar. Podía agarrarse al vestido de su madre y seguirla por toda la casa, pero no sabía cómo decir: “Te quiero”. Podía subirse al regazo de su padre, pero no podía preguntarle: “¿Me lees un cuento?” Vivía en un mundo oscuro y silencioso en el que se sentía completamente sola.

Una tarde, cuando tenía casi siete años, Helen se encontraba en el porche de su casa. Notaba un agradable calor en la cara, pero no sabía que procedía del sol. Olía la fragancia madreselva que crecía al lado de su casa, pero no sabía qué era.

De pronto, sintió que alguien la rodeaba con los brazos y la estrechaba contra sí. Supo de inmediato que no se trataba ni de su madre ni de su padre. Al principio dio patadas, arañazos y golpes en un intento por quitarse de encima a aquella persona desconocida, pero entonces empezó a preguntarse quién podía ser. Estiró los brazos y palpó la cara de la persona desconocida, luego el vestido y por último la gran maleta que llevaba.

¿Cómo iba a saber Helen que aquella joven era Annie Sullivan, que había venido a vivir con ella y a ser su maestra?

Annie le había comprado un regalo. Dio a Helen una muñeca y a continuación puso los dedos sobre las manos de la niña e hizo unas señales de forma que Helen pudiera percibirlas. Annie deletreó lentamente M-U-Ñ-E-C-A con los dedos. Helen notó que los dedos de Annie se movían, pero no sabía qué estaba intentando comunicarle aquella mujer. No comprendía que cada una de aquellas señales dactilares era una letra y que las letras formaban la palabra “muñeca”. Por lo tanto, apartó a Annie de un empujón.

La nueva maestra no se dio por vencida. Entregó a Helen un trozo de tarta y le deletreó la palabra T-A-R-T-A en la mano. Helen hizo las señales con sus propios dedos, pero seguía sin comprender qué significaban.
Durante las semanas siguientes, Annie puso muchas cosas en las manos de Helen y le deletreó las palabras. Trató de enseñarle palabras como “alfiler”, “gorro” y “taza”. A Helen todo aquello le parecía muy extraño. Le cansaba que aquella mujer desconocida le tomara siempre la mano. A veces se enfadaba con Annie y empezaba a soltar golpes en la oscuridad que la rodeaba. Daba patadas y arañazos. Gritaba y refunfuñaba. Rompía platos y lámparas.

En ocasiones Annie se preguntaba si sería capaz de ayudar a la pequeña Helen a salir de su solitario mundo de oscuridad y silencio, pero al instante se prometía a sí misma que no se daría por vencida.
Una mañana Helen y Annie estaban paseando cuando pasaron por delante de un viejo pozo. Annie le tomo la mano a Helen y se la puso debajo del caño mientras ella bombeaba. Cuando surtió el chorro de agua fría, Annie le deletreó A-G-U-A en la mano.

Helen permaneció quieta. En una mano notaba la fría agua que caía a borbotones; en la otra, los dedos de Annie, que le hacía las señales una y otra vez. De pronto, la esperanza y la alegría embargaron su pequeño corazón. Había comprendido que A-G-U-A equivalía a aquella cosa fría y maravillosa que corría por su mano. Por fin había comprendido lo que Annie llevaba semanas intentando mostrarle. Se había dado cuenta de que todo tenía nombre y de que podía deletrearlo con los dedos.

Helen Keller corrió hasta la casa llorando de alegría y arrastrando a Annie consigo. Tocó todas las cosas que tenía al alcance de la mano al tiempo que iba preguntando sus nombres: “silla”, “mesa”, “puerta”, “madre”, “padre”, “niño” y muchas otras más. ¡Había tantas palabras maravillosas que aprender! Pero ninguna era tan maravillosa como la que Helen aprendió cuando tocó a Annie para preguntarle cómo se llamaba y ella deletreó: M-A-E-S-T-R-A.

Helen Keller nunca dejó de aprender. Aprendió a leer con los dedos, a escribir e incluso a hablar. Fue a la escuela y a la universidad y Annie la acompañó para ayudarla en su aprendizaje. Helen y Annie se convirtieron en amigas para siempre.

Cuando se hizo mayor, Helen Keller fue una gran mujer. Dedicó su vida a ayudar a la gente que no podía ver ni oír. Trabajó de firme, escribió libros y viajó allende los mares.

En todos los lugares a donde iba transmitía a la gente ánimo y esperanza. Una infancia que había comenzado marcada por la oscuridad y la soledad se había convertido en una vida llena de luz y alegría.

“El día más importante de mi vida fue el día en que conocí a mi maestra”, decía Helen.


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