domingo, 6 de octubre de 2013

Para toda la vida

Una historia de amor, escrita por MALT y narrada por Tiny Gragera en El Asfalto de Radio Unión Catalunya.










PARA TODA LA VIDA 
(Esta historia ha sido inventada por su autor, cualquier similitud con un caso real, es pura coincidencia)

Todas las tardes, a la caida del sol, Samuel, se pone su boina en la cabeza, coge su cayada, sale de casa y andando lentamente, marcha calle abajo. Su paso es lento, cansado, sus carnes a duras penas resisten el acoso de los años, que ya rozan los 90. Le encantaría vivir en un sitio mas llano, sin cuestas, pero esta es la única casa que consiguió alquilar ya que él no es de este pueblo. Se vino a vivir aquí después de deambular por medio mundo. Al final aquí encontró lo que casi toda su vida anduvo buscando y aquí será ya donde un día descansen sus sufridos huesos. Samuel vive solo, nunca se casó, nunca tuvo descendencia, sus familares ya murieron casi todos y los que están vivos se encuentran lejos de ahí. El dedicó su vida a cumplir una promesa y al cabo de muchos años consiguió cumplirla y fue en este pueblo, tan lejos de su tierra, donde encontró lo que siempre buscó. Hoy es viernes y ha cambiado su ruta, como todos los viernes, se ha desviado de su habitual camino, ha pasado por la florestería, ha comprado 10 rosas rojas. Y vuelve a reanudar la marcha calle abajo. Después de andar una medía hora, al final llega a su destino diario, al lugar donde le gusta esperar la noche. Abre el portón de hierro y por un estrecho camino, entre flores, cipreses y mármoles, llega al lugar. Se arrodilla, límpia con sus manos la hojaresca y arenillas, quita las flores marchitas y coloca las 10 rosas frescas en su lugar. Luego, saca un cigarrillo, le enciende con su mechero y tranquilamente se sienta sobre un bloque de cemento que usa de asiento habitual. Da unas caladas al cigarro y echa el humo de sus pulmones acompañado de una ronca y repetida tos. -¡Ay, madre de Dios…! Suspira mientras con su pañuelo se seca unas lágrimas que le han brotado de sus cansados ojos. Al sacar el pañuelo se le cayó una vieja foto, ya muy arrugada y amarillenta, pero que siempre la lleva consigo. Es la foto de una niña, una niña de unos 12 años. Samuel coge la foto del suelo, la limpia y se queda mirando, pensativo, entonces empieza a recordar aquel tiempo cuando él también era un niño de esa edad: - Vengan rápido, dame la mano, yo te ayudo a subir… Le decía Samuel a su amiga Laura desde la pared del cementerio donde solían ir muchas tardes y al estar la puerta cerrada, saltaban la vieja pared de piedras. Samuel y Laura vivían en la misma calle, vamos que casi se criaron juntos. Juntos iban a la escuela, juntos jugaban por las calles y los descampados del pueblo. Siempre estaban juntos y entrar en el cementerio era algo misterioso, que les llamaba mucho la atención y lo hacían muchas veces. Y así fueron haciéndose mayores, hasta que un día con 16 años ya, de repente, estando una vez los dos solos a orillas del río, echados sobre la hierba y mirando las nubes pasar en el cielo azul, Samuel, silencioso miró a Laura a sus ojos. Laura también silenciosa a los de él miraba y sin comprender bien lo que les pasaba, sus labios se unieron, y comenzaron a besarse y sentir algo que nunca antes habían sentido. Se separaron algo sorprendidos, asustados por lo que acaba de pasar. Se volvieron a mirar y sin decirse nada, sus labios dibujaban una sonrisa, y sin darse cuenta volvían a besarse nuevamente. Samuel y Laura se había enamorado, y para ellos no existía nada mas que ellos dos solos. Acababan de dejar su inocente infancia y entraban en una dulce y bella adolescencía. Pasaban los días y Samuel y Laura se amaban locamente, pero claro esto ya era diferente a cuando eran niños, y sus encuentros amorosos solo podían ser a escondidas, sin que nadie les viera. Estando una tarde nuevamente junto al río, escondidos en la maleza del lugar, empezaron a oir el estruendoso ruido de camiones que pasaban por la carretera en dirección al pueblo. Se incorporaron para ver que ruido era ese y en silencio agarrándose las manos, ven pasar una columna de vehículos militares. Entonces por el camino pegado la ribera del rio, echaron a correr en dirección al pueblo. Cuando llegaron al pueblo, al entrar en la plaza se quedan perplejos y asustados mirando a los soldados que había por todas las callles del puebo. Pero mas asustados se quedaron al ver algunos de los paisanos empuñado armas y gritando: “LA GUERRA, HA LLEGADO LA GUERRA…” 
Samuel y Laura se fueron corriendo para sus casas. Cuando Laura llegó a casa, fue aún mas grande su susto, pues sus padres estaba preparando las maletas para abandonar el pueblo. El padre de Laura era un hombre de la politica, pero de la política contraria a la que defendían los militares. Había decidido que lo mejor era marcharse, al exilio, para evitar represalias y otros probemas. Laura no entendía nada, no podía marcharse del pueblo y alejarse de Samuel, pues era a él al que quería y los dos en la orilla del río se había jurado estar juntos toda la vida. Cuando ya sus padres tenían todo preparado, esperando a que llegase la noche y poder marcharse del pueblo sin ser vistos, Laura salió de casa corriendo, tenía que ver a Samuel. Fue a su casa, llamó a la puerta y Laura le contón lo que estaba pasando. Samuel no comprendía nada, no podía ser cierto que Laura se fuera de su vida, los dos lloraban, se abrazadan. En ese momento, apareció el padre de Laura llamándole, dieciéndole que se diera prisa que ya se tenían que ir. Laura no quería separarse de Samuel, los dos se abrazaban asustados. El padre se acercó a Laura y agarrándole del brazo, a tirones consiguió separarle de Samuel, al tiempo que ella lloraba y gritaba, “NO, NOQUIERO IRME, NO…” 
Samuel también llorando sin saber que hacer miraba a la Laura como se alejaba y de repente gritando con todas sus fuerzas le dice: - “No te preocupes, yo te esperaré siempre y si no vienes te iré a buscar, TE LO JURO…” 
 Desaparecieron en la oscuridad de la calle y se hizo un silencio frío. Esas fueron las útimas palabras de Samuel a Laura y las últimas que Laura oyó de Samuel. Y llegó la guerra, fueron años muy duros y dificiles. Pero al final pasó la guerra, y volvio a llegar la paz. Samuel ya mucho mas mayor, seguía esperando todos los días el regreso de Laura. Pero Laura no regresaba. No sabía nada de ella, ni siquiera donde podrían encontrarse. Un día Samuel hizo su maleta y decidió ir a buscar a Laura. Se informo de los sitios donde se habían ido los exiliados de la guerra en aquellos tiempos. Era muchos sitios, sitios muy lejanos, incluso paises extraños. A Samuel le daba igual, no tenía nada que perder y mucho que ganar, pues aquel día que perdió a Laura lo perdió todo. Entonces decidió ir a buscar a Laura. Samuel recorrió pueblos y ciudades. Viajó por otros paises donde hubo exiliados. Recorrió medio mundo, nunca se sintió vencido. Y así fueron pasando los años, muchos años. Casi toda su vida la dedicó a buscar a Laura. Lo único que tenía de ella era una foto que le dió ella, aquella tarde junto al río. Y esa era la imagen que le acompañaba en su desesperada lucha. Samuel ya mayor, volvió a su pueblo. Ya no tenía esa fuerza y vitalidad de cuando era joven. Ahora su búsqueda se basaba en escribir cartas a muchas asociaciones de desaparecidos o exiliados, que había ya en el país. Pero una tarde una de esas asociaciones le mando una contestación, donde le explicaban que habían encontrado a una persona que tenía el mismo nombre y apellidos que él buscaba. Samuel al leer la carta se emocionó, no se lo podía creer, sus ojos se ecnharcaban y apenas podía seguir leyendo. Su emoción era tan grande que cuando terminó de leer lo primero que hizo fue tomar contacto con dicha asociación que se encontraba en la capital. Samuel viajó a la capital, se reunió con las personas que le dieron toda la información que requería. Pero fue grande su sorpresa al leer que la señora esa era Sor Laura, hermana de un famoso convento en la serranía del norte del pais. El, muy soprendido quería saber mas y decidió viajar a ese convento. Cuando llegó a ese pequeño pueblo serrano, preguntó a la gente como llegar al covento. Ya en el convento pidió que le atendiera la persona correspondiente. La madre superiora le llevó a su ofincina y Samuel le explicó que estaba buscando a Laura y le contó toda su vida, incluso le enseñó la foto de Laura de cuando era pequeña. La monja, afirmando con la cabeza mientras veía la foto, decía: - Sí, sin duda, esta es nuestra hermana Sor Laura que en paz descanse. Ella ingresó aquí muy joven, sus padres creo que murieron al pasar la frontera. Samuel al oir esas palabras se quedó helando, parecía que el mundo se le echaba encima y apenas podía entender a la madre superiora que le decía: - Lo siento mucho señor, pero Laura hace ya un año que falleció. Samuel en silencio, sin poder articular palabra, miraba a la foto de Laura, con sus dedos le tocaba la cara al tiempo que unas lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Sacó el pañuelo y mientras agradecía la ayuda de la monja, secaba sus ojos. Samuel decidió quedarse a vivir en ese lugar, así podía estar junto a Laura y cuidar de su tumba y cuando llegara el día, descansar a su lado… Hace 10 diez años que Samuel cuida de la tumba de Laura. Todos los días la visita. Cada viernes le pone flores nuevas. Una tarde cuando Samuel llego al cementerio encontró allí a dos críos jugando. Un niño estaba subido sobre la pared y una niña intentaba subir, pero no podía, entonces Samuel los vió y dirigiéndose al niño le grita: -¡PERO NIÑO POR DIOS, ECHALE UNA MANO…!

 ©MALT

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